martes, 13 de julio de 2010

Sí pero no.

Terminaron los exámenes. Por fin para unos, y ya para otras. No tenían nada que estudiar pero aun así, le acompañaron a la biblioteca, cualquier novela serviría como excusa para pasar un rato.
Para sorpresa de todas, hoy allí sí estaba él, con una camisa blanca remangada hasta los codos, con más de dos botones desabrochados y cierta dejadez que le hacía todavía más interesante. Qué bien le sentaba el verano, las camisas, el blanco, las once y media de la mañana... ¡qué bien le sentaba la vida!.

Notó como el calor de las tres de la tarde de un agosto que aun no había llegado caía sobre ella. Y volvió a pensar “a mi edad...”, como si ya no tuviera edad de sonrojarse o para que el corazón se le acelerara cuando viera al tío que le gustaba. Bueno, no sabía cierto si tenía edad o no para esas cosas, pero por encima de todo no quería que sus amigas se dieran cuenta del circo que había montado su cuerpo. Tarde. Ellas ya tenían cara de circunstancia y habían montado su propio espectáculo facial haciendo gestos con las cejas señalando en dirección a él y poniendo morritos para evitar la risa. Sonrío al pensar “ellas tampoco tienen edad para eso...”.

Apenas dos mesas les separaban. “psss... la nota! Escríbele la nota!”. Ni pensarlo. Al tenerlo delante, la cosa cambiaba. La valentía y el atrevimiento se habían quedado en casa. ¿Cómo iba a dejarle un papel escrito así sin más?. “Se daría cuenta que soy yo”, estaba convencida. Ella le miraba fijamente sin importarle lo que podría pasar si él levantaba la vista. ¿Cómo podía ser todo tan fugaz? Y tan difícil... Bajaron a tomar un café y al pasar por su lado no se cruzaron ni una mirada.

Subió enseguida. Tenía que pensar algo. Tenía que pasar algo. Abrió el libro sin mirar la página y empezó a leer, no hacía caso del texto y ni siquiera seguía un orden lógico. Pero las palabras se le amontonaban, se le atragantaban. Salió fuera y releyó aquellos anuncios que había en el corcho y que prácticamente se sabía de memoria. Los repasó todos, uno a uno, leyó cada cifra de cada número de teléfono con el interés de quien necesita clases de repaso de matématicas o una señora que le limpie la casa por las mañanas. Se apoyó en la pared, sintiéndose un poco impotente, dando la espalda a los anuncios, a la puerta y a todo lo que había detrás de ésta.

El semáforo parecía estar en rojo de por vida, hasta que (por fin) se puso en verde...


Abril.

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