domingo, 5 de junio de 2011

Otra copa, por favor.

Pagaba la empresa. Recorríamos lo más íntimo de Malasaña, dejándonos caer en lo más vintage de la zona. La carta de gintonics se me hacía interminable y siempre tenía que pensar por dos: por el que me quería beber ahora y por aquél que me traerían a la mesa cuando yo diera el último sorbo del primero.

Gintonic con menta fresca y cereza, gintonic con pétalos de rosa, gintonic con regaliz... Y cada nombre me inspiraba un momento, una historia, un tío. Por lo que la decisión era mucho más difícil, ya no solo me decidía por una marca de ginebra, por un sabor más o menos afrutado, sino también por aquello que decía el nombre. "I'm waiting for my man", "All tomorrows parties" o "Femme Fatale" decían aquello que yo quería oír. Bebí olvidándome de la medicación de mi faringitis, olvidándome de que ya eran las doce de la noche e incluso, olvidándome de que llevábamos más de ocho horas olvidando.

Mi móvil recibía llamadas que sonaban como en otra dimensión, nunca lo suficientemente urgentes como para dejar la copa y coger el teléfono. Cuando la tarde de gintonics ya estaba tocando su fin, intenté ponerme al día con aquellos que habían intentado localizarme. Lucas entre ellos, y sin pensar, pulsé llamar.

Bajaba por la calle Fuencarral, seguramente con cara de ginebra. Tenía prisa por llegar a casa y todos aquellos que me cortaban el paso se movían lentos, con ganas de empezar la noche, con sus copas recién cargadas y oliendo a recién duchados. Yo solo quería llegar ya a casa, se me notaba en la respiración y en los pasos. Y sin darme cuenta con la voz entrecortada, estaba hablando con Lucas. La única razón por la que lo llamé fue por su llamada, no me interesaba para qué me había llamado, ni me apetecía contarle qué había estado haciendo, ni qué haría después, ni qué haría mañana.

Pero allí estaba, contándole de dónde venía y hacia dónde iba. Y no solo eso, sino que además le conté qué pensaba hacer el día siguiente. Él me hacía las mismas bromas que hace tres años, ponía los puntos donde él veía necesario e intentaba cambiar mis planes sin que lo pareciera. Al menos, cuando colgué, ni siquiera me planteé por qué le había llamado ni por qué le llamaría mañana.

Solo faltaban cuatro paradas para casa. Pronto estaría metida en la cama, pensando si hoy dormiría con o sin pijama.

Al llegar a casa, me respondí a la pregunta quitándome toda la ropa con la misma prisa con la que bajé la calle Fuencarral. Mientras me quitaba los restos de color de los labios, procesaba la ginebra ingerida. Encendí un par de velas y me dejé caer sobre los cojines fucsia. Únicamente pensaba..


Que mala es la ginebra, pero que bueno está el Gintonic.

No hay comentarios:

Publicar un comentario