martes, 20 de julio de 2010

Decir sí por no saber decir no.

Al salir de la parada del metro he visto que mi autobús venía. He echado a correr y aun me ha dado tiempo a cambiar de canción en el iPod antes de subir. Saco mi billete y al buscar sitio he visto a alguien interesante. “Me he pasado, debe tener cuarenta largos” he pensado, “bah.. pero es interesante”. Pelo alborotado con unas Rayban aviador que se lo retiraba para atrás, una camisa blanca de algodón y unos piratas marrones. Buena pinta, sin duda. Total que me he sentado y para verle mejor, me he quitado las gafas de sol.

Antes de llegar a la siguiente parada, como que sigue hablando (se notaba era una conversación ya empezada) con una chica que estaba sentada enfrente suyo. Una jovencita colombiana con varios ganchitos de colores en su pelo negro. “Ahá, esto parece interesante” y me he quitado los cascos disimuladamente. Él le da conversación y mientras tanto sube la mirada y nos miramos. El intercambio de información se basa en temas insignificantes (que menos, si se acaban de conocer). Ella no reniega, se hace querer, le gusta la situación, ha ligado con un hombre hecho y derecho. Segunda parada. Ella le cuenta que coge todos los días el mismo autobús para subir y para bajar, le explica por que zona vive (demasiada información, creo). Me hago la interesante y solo pongo el oído, no les miro en un rato pero al girarme, le pillo mirándome. Qué situación más extraña. Él cuenta que se baja en la parada de Las Américas, “cosas de trabajo”. Hay algo en esa conversación que huele mal, que no me gusta nada, que me da grima. Y efectivamente, él se lanza en plancha. “Podríamos vernos tarde, te invito a lo que quieras” (OMG! Por un momento me da vergüenza ajena). La chica quizás querría gastar esa consumición, pero no así. Ya no le gusta tanto la situación, está incómoda. Él insiste, debate todas las “excusas” de la chica. Si ahora es pronto, pueden quedar luego. Si hoy no puede, que le de su número de teléfono para quedar otro día. Tercera parada (Las Américas). Ella remolona juguetea con sus dulzonas frases, pero solo para darle medias negativas. Le ha hecho pasarse una parada. Él insiste. Ella resiste. Solicito parada, la cuarta, la mía. Por un lado quiero huir de ese contexto pero por otro quiero seguir sentada y no perderme detalle. De repente ve la parada donde debió bajar a lo lejos y salta del asiento. “¡Mi parada!” sonríe nervioso, la ha liado, le empieza a sudar la frente, nota como medio autobús ha sido testigo de todo. Se pone frente a la puerta, justo detrás de mí. Demasiado cerca. Noto el calor que desprende y me da más asco todavía. Me muevo hacia la derecha y al girarme le veo mirándome el culo, sube, encuentra mi cara y sonríe. Me da más asco que hace 2 minutos. Bajamos en la misma parada.
El cortejo ha terminado ahí. Una parada más, un par de insistencias y ella hubiera dicho sí por no saber decir no.

Coñ*, ¿tan difícil es decir que no cuando quieres decir no?


Abril.

No hay comentarios:

Publicar un comentario