sábado, 24 de julio de 2010

Resignación acumulada

Tras el orgasmo, echó a llorar. De pronto se vio en aquella habitación de paredes blancas sola. Después de aquellos segundos de placer, el momento le tiraba a la cara lo peor. Se sentó en el borde de la cama y consiguió reconducir su respiración, pero para entonces su cuerpo ya había tenido un par de profundas sacudidas. Se dejó caer hacia atrás y le vió a él en aquel mismo lugar como aquel verano. El sonido del cabezal de la cama chocando contra la pared retumbaba en su cabeza. Le veía ahí en su cama tumbado, en la cama donde tantas noches habían hablado por teléfono, dándose compañía y sintiéndose menos lejos, al menos, cuando se susurraban uno al otro al oído, aunque fuere a través del móvil, se notaban cerca. Le gustaba verle ahí al salir de la ducha, sobre su almohada, dejando su olor. Se hacía el dormido aunque no aguantaba y sonreía al instante. Se gustaban mojados, recién salidos de la ducha. Y también se gustaban húmedos, resbaladizos... A veces le hacía hueco a su lado, a veces solo la atraía hacia él y se dejaban caer uno encima del otro. A veces a él le brillaban los ojos y a veces, solo a veces, ella se sentaba en el baño a llorar en silencio. Tenían el tiempo contado, siempre.

Al abrir los ojos de nuevo, se preguntó qué pasaba. Intentaba pensar a medida que volvía a la calma y la única solución que encontró es que necesitaba amor. Tenía tres caminos pendientes y ninguno de ellos era viable. Se aferraba al recuerdo de Lucas porque fue lo más parecido a eso. Pero lo que de verdad le dolía era la resignación acumulada, la rabia, el no saber que hacer con su tercer e inesperado camino.

Siguió llorando toda la tarde. Y es que... no se puede vivir de recuerdos.


Abril.

No hay comentarios:

Publicar un comentario